Justicia climática y justicia social
El movimiento por la Justicia climática no es nuevo. Muchas han sido las personas que nos han ido allanando el terreno porque entendemos que si en el momento presente no luchamos, estamos perdidas. Perdidas y perdidos porque se están batiendo récords de concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono, porque en los océanos habrá más plásticos que peces, porque la biodiversidad está desapareciendo, porque la temperatura media anual está aumentando año tras año aunque la comunidad científica nos recuerde día tras día que no podemos superar los 1,5 grados centígrados, y porque además los peores impactos los sufrirán aquellas personas y países que menos han contribuido a generar esta situación. ¿Es éste el futuro que queremos? ¿Cómo nos afecta y cómo afectará a nuestra salud global?
Esta mirada hacia el futuro, sobre todo para la población joven y para las poblaciones de países del sur global, cada vez les resulta más angustiante ya que la respuesta política es cada vez más negra y no aporta soluciones.
Parece que todavía no hemos cobrado conciencia de que nos encontramos no sólo ante un calentamiento general del clima, sino sobre el hecho de que se produce en un mundo desigual e injusto. Y si no se tienen en cuenta los imperativos de igualdad y equidad, no podemos luchar contra el cambio climático.
El fracaso de la pasada “Cumbre de Copenhague” pone de manifiesto la necesidad de impulsar un verdadero movimiento contra el cambio climático que enlace justicia climática y justicia social, y defensa del clima y cuestionamiento de los principios del sistema político-económico capitalista.
Copenhague ejemplificó el choque de dos lógicas antagonistas. Por un lado, la del beneficio a corto plazo, y por otro la lógica a largo plazo de la defensa de la humanidad y la vida, en equilibrio con la naturaleza. Una y otra chocan frontalmente y marcan dos destinos bien distintos para la humanidad. Salvar el clima requiere la adopción de políticas que tocan el corazón del actual modelo de producción, distribución y consumo, y no sólo retoques cosméticos superficiales. El cambio climático plantea la necesidad de unir el combate por la justicia climática y por la justicia social, y huir de las falsas promesas del capitalismo verde y del barniz ecológico de las políticas liberales.
Si miramos al entorno ecológico más cercano, también encontraremos fácilmente diferencias que responden a los status sociales y las posibilidades económicas desiguales e injustas. La naturaleza nos hace bien a todos, y esto es sabido y conocido. Y si miramos a nuestras ciudades, veremos que allí donde hay mayor poder adquisitivo se acumula también el capital verde y natural, los parques y las zonas verdes. Por el contrario, en las zonas más desfavorecidas económicamente veremos más edificios altos y cemento.
Grupos de activistas y asociaciones como Biodiversitat Sitges y Agrupació per a la Protecció del Medi Ambient del Garraf, defienden el patrimonio natural, los ecosistemas, la biodiversidad de los pueblos y ciudades y la necesidad de preservar estos espacios para todos, haciendo pedagogía y generando espacios de información e intercambio.
La toma de conciencia de la gravedad del cambio climático está ya muy extendida, y cada vez está más presente la influencia directa que provoca en la salud emocional, social y psicológica, pero para conseguir un cambio de rumbo real deben alcanzarse cuotas reales de justicia social y global.