Busqueda por el término 'rechazo'

Nacemos en un mundo en el que continuamente te están diciendo cómo debes pensar, qué debes hacer, e incluso qué apariencia debes tener. Se te inculcan valores, se te ensañan modales, se te dicen las cosas que tienes que aprender y cómo debes hacerlo. Se te enseñan las costumbres y tradiciones locales y cómo debes seguirlas. Probablemente se te inculque también una religión, una ideología política, o ambas cosas. Todo esto te lo transmiten tus mayores, que saben mejor que tú cómo funciona el mundo y lo que te conviene.

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El colectivo de personas que han sufrido o están transitando por el problema del sufrimiento mental, y más concretamente, aquellas personas que se han visto psiquiatrizadas con un diagnóstico en salud mental, son personas que normalmente llevan un largo recorrido en su historia de vida en la que relatan sobre todo una lucha SOLITARIA, casi siempre, y paradójicamente, acompañada de múltiples terapias, tratamientos, medicaciones, institucionalizaciones… infinidad de profesionales de la salud mental, de la primaria o de la vía pública, tutores/as y curadores/as siempre cuestionando su palabra, sus vivencias, su identidad.

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Si ens deixen sortir fora amb la medicació, és perquè tenim enteniment i sentim i pensem. Som conscients del que ens passa. Som persones amb sentiments encara que tinguem un diagnòstic. Allà on anem, passi el que ens passi, el nostre diagnòstic és assenyalat i ens el recalquen com si es tractés d'una credencial, privant-nos de credibilitat encara que diguem la veritat.

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Alfred Hitchcock i Stanley Kubrick varen ser dos homes que tenien algunes coses en comú. Ambdós eren directors de cinema, ambdós eren dos genis i ambdós amb l’exemple d’ una de les seves pel·lícules varen contribuir a estigmatitzar en certa mesura les persones que han patit o pateixen trastorns mentals.

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Veo al viejo hablando con un árbol y pienso – Esté está esquizofrénico por lo menos. – Veo a la loca del barrio blandiendo su bastón y gritando “Aquí no hay más que putas, ladrones y maricones” sin parar, mientras camina sin rumbo por la calle, y pienso – Ya está la loca esa otra vez. – Veo a la ciega de la esquina que vende cupones, insultando a todo el que pasa porque no le compran ninguno. Al final tira con rabia su bastón al suelo, y pienso – Esta tía está como una cabra. – Veo al yonqui tirado en el descampado, la jeringuilla colgando todavía del brazo, y pienso – ¡Qué asco de gentuza!

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