La maldición de un don
Cuando pensamos en altas capacidades se nos vienen a la mente los estereotipos que la cultura popular ha perpetuado: el genio psicópata como Hannibal Lecter, el irritante Sheldon Cooper de The Big Bang Theory o la genialidad trágica de El indomable Will Hunting pero la realidad de las personas con ACI es mucho más compleja y menos visible. Especialmente durante la adolescencia y la adultez, quienes poseen este don enfrentan retos que pueden derivar en problemas de salud mental y aislamiento social. Sin la debida atención durante la infancia, su don se puede convertir en una maldición.
En la actualidad, aún persisten tabúes sobre la salud mental en personas consideradas privilegiadas por su talento. Este estigma hace que haya muy pocos recursos para que los adultos con ACI puedan buscar ayuda, perpetuando su sufrimiento en silencio. La alta capacidad es un don que necesita ser acompañado con comprensión y cuidado.
Durante la adolescencia, un periodo marcado por la necesidad de pertenecer al grupo, muchas personas con ACI ocultan sus capacidades para evitar ser etiquetadas como diferentes. Este fenómeno es particularmente notable en las mujeres, debido a su desarrollo emocional más temprano, rápidamente perciben que su inteligencia puede convertirse en un obstáculo para ligar, ser populares y tener amigas, que es lo que quiere cualquier adolescente. Como explica Javier Recuenco, ex presidente de Mensa España: El sistema educativo y social tiende a favorecer la conformidad, lo que lleva a muchas adolescentes con ACI a minimizar sus logros o a no mostrarlos para ser aceptadas. Esta tendencia no solo limita su desarrollo pleno, sino que también explica la escasa representación femenina en asociaciones como Mensa, donde las mujeres representan un 30% de los miembros, a pesar de que las ACI no distinguen géneros. Los varones que no son capaces de esconderse suelen ser víctimas de acoso escolar. El bullying, en edades tempranas puede dejar secuelas que hace que los adultos con ACI vean afectadas su autoestima y su capacidad para establecer vínculos cercanos.
A pesar de esto, el adulto con ACI puede ser una persona completamente funcional, emocionalmente equilibrada y socialmente integrada, aunque con un bagaje de experiencias de incomprensión y aislamiento.
La falta de una adecuada integración durante la infancia puede manifestarse de diversas maneras en la adultez. Según ha publicado la Revista de Psicología y Educación del Consejo General de la Psicología de España, se calcula que más del 60 % de los adultos con ACI no identificados o apoyados adecuadamente en su niñez presentan síntomas de ansiedad crónica. Otros problemas comunes son el perfeccionismo extremo, dificultades relacionales y Síndrome del Impostor
La detección temprana de las ACI es crucial para mitigar los efectos negativos en la adultez. Esto no implica únicamente un programa académico más exigente, sino un enfoque holístico que aborde las necesidades emocionales y sociales del niño. Volviendo a Javier Recuenco: una persona con ACI no solo tiene un nivel superior de procesamiento cognitivo, sino también una mayor sensibilidad emocional. Si no entendemos que esa sensibilidad debe ser cuidada desde la infancia, condenamos a estos individuos a una lucha constante consigo mismos y con un entorno que no está diseñado para ellos.
Las ACI son un don que puede florecer con el entorno adecuado o convertirse en una maldición. Más allá de los estereotipos, estas personas son tan diversas como el resto, con necesidades emocionales y sociales que no deben ser ignoradas. Es hora de dejar atrás los mitos y construir un entorno donde las mentes brillantes puedan, sencillamente, ser humanas.
Las ACI no tienen relación directa con el síndrome de Asperger ni con ningún otro trastorno del espectro autista, a pesar de que algunas características puedan parecer similares, como una intensa capacidad de concentración en temas de interés. La doble excepcionalidad es extremadamente infrecuente, representando un pequeño porcentaje dentro de la ya reducida población con altas capacidades, que se estima entre 2% y 5% de la población general. La asociación errónea entre ACI y Asperger o TDAH puede generar diagnósticos incorrectos y perpetuar la incomprensión.
Es esencial un cambio en cómo se educa y apoya a las personas con ACI. Hace falta un enfoque integral que fomente la autoestima, las habilidades sociales y la aceptación de la diversidad. Las altas capacidades son solo una característica más, y no una garantía de éxito o de problemas. Es fundamental educar a padres y maestros para que entiendan que la alta capacidad no se limita a los logros académicos. Un niño con ACI necesita apoyo emocional tanto -o más- que cualquier otro para florecer plenamente.
El potencial de brillantez de una persona con ACI es directamente proporcional a la profundidad y oscuridad del abismo al que puede caer si no encuentra los medios necesarios para desarrollarse plenamente.