LGTBIQ++ y diversidad
El sistema sexo-género, gestado especialmente en el seno de la medicina y la psicología durante los años 50, nos venía a decir que existen dos sexos biológicos (hombre y mujer) que se corresponderían con dos experiencias de género y deseo sexual de tal modo que un hombre biológico desarrollaría un género masculino y sentiría deseo sólo hacia las mujeres, mientras que una mujer desarrollaría un género femenino y sólo sentiría deseo hacia los hombres.
Se trata de un modelo binario que quiere fundamentarse en lo biológico y “natural”, y que vuelve a ordenar un mundo con normas de privilegio para quien haga un itinerario de vida basado en estas normas, mientras la patologización, estigma, el castigo, y la fuerza de la ley caerían sobre quien se desviara en alguno o más puntos de este modelo binario, de esta linealidad entre: sexo -- género (o identidad + expresión de género) – orientación sexual.
A esto se ha llamado más adelante: la heteronormatividad obligatoria.
Esta Ágora sobre LGTBIQ++ y diversidad, quiere poner el énfasis en el carácter social construido de este binarismo y heteronorma, y al mismo tiempo (abrazando todas las contradicciones que sean necesarias) defender la necesidad todavía de cada una de las etiquetas que defienden estas siglas porque trabajan, y crecen en número, para visibilizar toda esa diversidad.
El doble símbolo del más vendría a representar esto, el hecho de que todavía no están todas las que puede haber. Y de hecho, sospechamos, que la lista podría llegar a ser infinita...
De todas estas siglas, algunas son más conocidas, como la L de Lesbiana o la G de Gay, o incluso la B de Bisexual, aunque esta B se suele invisibilizar mucho aún porque sufre mucho estigma vinculado a la indecisión, e incluso en el vicio. Podríamos decir que todavía no goza de los privilegios de la L y la G que parecen ya superadas. Pero incluso por estas, habrá que preguntarse si todavía cuesta o no salir del armario, si todavía tiene o no repercusiones sociales negativas, rechazo de la familia, de amistades.
Ciertamente se oyen decir las dos cosas a la vez, que con la juventud y los niños es cosa superada, que nunca había habido tanta aceptación de la diversidad, también en cuanto a la identidad… Pero los insultos por ser más sensible, más “afeminado”, o por ser demasiado “masculina”, todavía se escuchan, pueden ser herramientas de bulling y hacen sufrir angustia y malestar a niños, adolescentes y jóvenes que están conformando sus personalidades con situaciones de estrés y de malestar que pueden dejar una huella traumática importante.
Las agresiones homófobas, además, han crecido notablemente también en los tres últimos años, fruto del aprovechamiento que las polarizaciones políticas realizan en momentos de crisis económica, o de identidad territorial como hemos vivido recientemente.
De la T se conoce más la transexualidad, término que se ha ido abandonando por el de trans* con este asterisco añadido, que quiere introducir el matiz de que las transiciones de género también se están diversificando en sí mismas. Las personas están escogiendo transiciones que no necesariamente tienen la meta de llegar a alcanzar el género de una forma total, que intente tener un buen “passing” o pasar desapercibido, o que tenga las cirugías re-constructoras del sexo como culminación final; sino que éste puede ser un objetivo tan legítimo como el de la persona trans* que no tiene ninguna intención de llegar a la cirugía y que con la hormonación le bastaría, por ejemplo, o incluso sin ella.
En Barcelona, desde el año 2012, la plataforma Trans*forma la Salut ha luchado por un tratamiento de las personas trans* dentro del sistema público de salud que respete sus derechos y su diversidad; que salga del binarismo de género impuesto y de la heternormatividad obligatoria.
El tema trans*, además, también se está poniendo de relieve cada día más en la infancia. Pero no hay espacio aquí para abordar este tema con la complejidad que merece. Están surgiendo asociaciones especializadas para asesorar a las familias y cuidadoras de estos niños, y existe también un fuerte e interesante debate en el seno de la comunidad y el activismo Trans a la hora de ver cómo afrontar este tema, dar respuestas y acompañamiento. Cómo diferenciar entre la necesidad de acompañar hacia la transición total al otro género, o entre la posibilidad de dar un tiempo y espacio más allá del binarismo y que la criatura acabe de expresar su deseo más adelante... Pero aquí pueden surgir miedos en relación a no estar dando una respuesta completa a esta criatura y por tanto poder hacerle daño, o no acompañar lo antes posible para que la transición resulte de una invisibilidad casi total si los bloqueadores hormonales se ponen a tiempo… Tema complejo y no exento de debate ni de estar traspasado por las propias normas y contradicciones a las que una sociedad de ordenamiento binario da lugar.
La I, de Intersex, necesitaría de toda una Ágora sólo para empezarla. Diremos brevemente que hay personas que nacen sin tener un sexo o género biológico diferenciado en “mujer” u “hombre”, tal y como idealmente la biomedicina los definiría.
Hay muchas cosas interesantes que esto pone de relieve. Una de ellas es que la variabilidad de definición en cuanto al sexo del supuesto sistema lineal, puede caer en los cromosomas, pero también en las gónadas (ovarios o testículos), o en el funcionamiento hormonal (la endocrinología), o en la forma y funcionamiento de los genitales. Ya no es todo tan biológica, "natural" o inequívocamente determinado, pues. Sino, que es mucha la variabilidad y muchas las posibilidades por las que una persona no tenga definidos, en esta supuesta manera ideal, su sexo, y por tanto su pertenencia a un género en la estricta escala binaria, y la orientación sexual que debería derivarse.
El carácter de construcción social del sistema binario, heteronormativo y regado también de patriarcado, machismo y misoginia, aflora aún más cuando vemos que frente a toda esta variabilidad, la biomedicina decidió dar valor por encima de todo a lo visible, a los genitales. Y en función de lo que se ve en la criatura, o de lo que se intuye que puede llegar a ser, se valorará si es suficiente para que la persona –criatura todavía- se considere un hombre. Y es que el tamaño, en el heteropatriarcado, ¡importa y mucho!
En una doble pirueta perversa en que el desarrollo psicosocial sano de un hombre debe pasar por tener un pene de tamaño adecuado, y los genitales de las mujeres se consideran prácticamente sólo un agujero, la biomedicina, todavía hoy, cuando nace una criatura con sexo indiferenciado, recomienda a la familia (de formas a menudo veladas, y sin la suficiente información) que aprueben la cirugía de construcción o reconstrucción y así tendrán una niña perfecta. Y que esta cirugía se haga lo antes posible.
Resumiendo mucho, la cirugía necesaria nunca será sólo una; la carne tullida a menudo no cura bien; los órganos sexuales de las mujeres "típicas" no son sólo agujeros, sino órganos musculados, órganos eréctiles, de lubricación y de placer. Y eso el bisturí, al igual que no sabe hacer un pene, tampoco lo sabe hacer.
Pero quizás lo que subyace a todo ello es que si tenemos que salir adelante con una criatura tullida, mejor hacerlo como niña y futura mujer, que como niño y futuro hombre.
Y por último la Q de Queer… de “rarito” en inglés. Re-apropiada y autorreferenciada por las mujeres, lesbianas y trans* afroamericanas y chicanas de las calles de EEUU durante las décadas de los 80 y 90. Interpelaban a la mujer blanca heterosexual, quizás incluso a la lesbiana, y les hacían saber que su feminismo no las incluía. Sin que se utilizara todavía el término de interseccionalidad para definir las diferentes estructuras de discriminación que pueden atravesar una persona para multiplicar sus posibilidades de ser vulnerabilizada de manera exponencial, estas mujeres marginales ya se hacían eco porque las sentían en sus propias vidas.
Poco después, la filósofa y feminista Judith Butler con su teoría de la Performatividad del Género, dotó de fundamento teórico al movimiento Queer. Esta teoría vendría a decir que el género es un constructo social que cada uno de nosotros “performamos” (actuamos, por decirlo rápido) cada día cuando nos vestimos, cuando interactuamos con los demás, incluso cuando damos cabida a los deseos más” auténticos" de nuestra "feminidad" o "masculinidad"... Y al mismo tiempo la Performatividad (palabra que viene de la lingüística) está definida para ser capaz de crear lo que nombra. Nos vestimos de mujer cada día, y creamos la realidad de que somos una mujer.
Y lo que define o no socialmente a una mujer, o un hombre, lo construimos entre toda la sociedad.
Pero hay más en las propuestas filosófico-feministas de la Butler. Precisamente porque el género es un constructo social, en una sociedad heteropatriarcal y dominada por las ciencias positivistas, debe compactarse y vigilarse de cerca para que no se tambalee. Pero toda piedra tiene siempre un resquicio, y toda norma social -normatividad- tiene unos márgenes, unos enajenados y abyectos a sus márgenes que no podrá contener para siempre, y que en forma de chicanas afroamericanas lesbianas mujeres madres solas gays trans* bisexuales intersex género no binario queer y un largo etcétera, romperán la norma y la harán implosionar poniendo de relieve el carácter construido socialmente de todo.
Esta ruptura debe dar lugar a habitar experiencias de vida vivibles con plena garantía de los Derechos Humanos, conscientes además de que no hay nada más “natural” que dejar que la naturaleza se exprese con toda su contundente Diversidad.