Salud mental y la revolución del acompañamiento colectivo
El colectivo de personas que han sufrido o están transitando por el problema del sufrimiento mental, y más concretamente, aquellas personas que se han visto psiquiatrizadas con un diagnóstico en salud mental, son personas que normalmente llevan un largo recorrido en su historia de vida en la que relatan sobre todo una lucha SOLITARIA, casi siempre, y paradójicamente, acompañada de múltiples terapias, tratamientos, medicaciones, institucionalizaciones… infinidad de profesionales de la salud mental, de la primaria o de la vía pública, tutores/as y curadores/as siempre cuestionando su palabra, sus vivencias, su identidad.
El sistema sanitario público cuando identifica un diagnóstico psiquiátrico que califica de grave (TMG), activa una serie de dispositivos y protocolos que rodean y dirigen a la persona diagnosticada pero que no consigue que la persona se sienta acompañada, sino todo lo contrario. A esta persona, con el diagnóstico, se le da una respuesta al sufrimiento que se apodera de la identidad personal en forma de etiqueta, dejándola en una especie de isla psicopatológica vulnerabilizada, donde la persona difícilmente podrá sentirse empoderada, ya que esto supone muchas veces dejar de ser la directora de sus propios actos.
El tratamiento que le da la medicina al razonamiento de la locura va ligado a la confianza en la medicación. Y está atado también, entonces, a la propia desconfianza hacia tu ser. El razonamiento biomédico también explica el trastorno mental como un organismo desestabilizado de síntomas dejado al albur de la genética.
Si consideramos este razonamiento, la persona que sufre y necesita encontrar una explicación, normalmente encuentra una respuesta al culpabilizar a la carga genética que te hace heredera de estos males. Otras veces, la explicación recae en la responsabilidad individual dentro del consumo de tóxicos, haciendo culpable a la persona de ese sufrimiento que ha creado en forma de condena precedido de sus actos, normalmente en etapa adolescente en que le dicen que “no ha cumplido” la normativa social establecida…
Todos estos razonamientos culpabilizantes generan sentimientos de desconfianza, miedo, aislamiento y rabia puesto que aceptar esta losa que te ha tocado, o que te has creado, se convierte en una lucha constante de aceptación de ti mismo/a, y con los otros seres queridos y viceversa. Y esto se reproduce con el entorno social que te rodea. Si no confías en ti misma, si son los demás los que saben lo que debes hacer, ¿cómo puedes crear una hoja de ruta para tu recuperación?
Normalmente la medicina tampoco pronostica una recuperación definitiva, ya que seguramente te explican que ya nunca más podrás dejar de tomar psicofármacos, porque si los dejas tendrás que desconfiar aún más de ti misma, ya que el contacto con la realidad puede quedarse alterado. No es de extrañar entonces que cataloguen a la persona con TMG como una persona desconfiada… sin pensar que quizá el mensaje que le estás dando constantemente sea precisamente de desconfianza.
El enfermo mental, tal y como se le mal llama, debe esforzarse en integrarse en la comunidad. Hay que esforzarse en ser como los demás (porque recordemos que ahora ya no es como los demás) y sobre todo debe ver que es como los demás para estar aceptado dentro de esta comunidad normalmente estigmatizante.
Si hablamos un poco de qué es el ESTIGMA para nosotros, dentro de Locomotora 21 se habla de las malas miradas. De esa mirada que expulsa al otro y que le ubica en la distancia. El estigma está en la relación con el otro y en la relación que establecemos con la locura. Con la diferencia, con la relación de nuestra supuesta normalidad adquirida o asumida con lo “correcto” o “natural”. El estigma es la consecuencia de todo el esfuerzo sanitario actual en reintroducirte en la comunidad después de desarraigarte de tu archivo histórico de vida y renombrarte con una identidad patológica.
Garcés, un integrante de la Radio La Colifata, la primera emisora del mundo realizada desde un Hospital Psiquiátrico, el Borda en Buenos Aires, Argentina, solía afirmar durante las emisiones: “Yo tengo la gran intriga de mi vida y es saber si debo curarme o si debo hacer la revolución justificando mi propia locura”.
Lo que aquí se dice no niega ni afirma la posible existencia de factores orgánicos en la etiología de la problemática, no es ésta la cuestión, sólo pone la atención en el evidente aspecto socio-cultural del problema.
Como sociedad necesitamos abrir miradas y aceptar que la salud mental/emocional no es sólo un diagnóstico médico ni un problema individual. Deberíamos adquirir una visión más humanista y social y considerar a la medicina como una herramienta más de soporte para tu propia recuperación. Y así descentralizar el enfoque biomédico que ha monopolizado hasta ahora el diálogo en la salud mental.
La sociedad tiene mucho que decir y mucho que cuestionarse si empieza a relacionar las rupturas de la persona como consecuencia de las diferentes discriminaciones y/o desigualdades de nuestro entorno. De este mundo de donde venimos donde imperan las violencias del capitalismo y el heteropatriarcado blanco. Quizás debemos deshacernos del concepto de enfermedad para darnos cuenta de que si unimos esfuerzos para alcanzar una Justicia social más sostenible e igualitaria, podemos convivir en un mundo más justo, alcanzando entre todas una responsabilidad compartida con acompañamientos y cuidados en red.
La revolución del activismo colectivo debe servir para transformar el mundo en el que vivimos en un espacio más habitable. Creando contextos de reconocimiento como persona y de sujeción, desjerarquizando las relaciones con la comunicación y los poderes estructurados, reconociendo los saberes, las experiencias y la singularidad. Acompañándonos. Empoderándonos para encontrar otras respuestas que te cuenten a ti y al mundo que te rodea.