¡Es la prevención, estúpido!
Publicado el 9 de julio de 2022
Cuando se habla de la salud mental, se suele poner el foco en las personas con problemas o en aquellas que ya están recibiendo algún tipo de tratamiento. Esto es consecuencia de una actitud pasiva ante las cuestiones de la vida bastante generalizada, sobre todo respecto a las más complejas, incluso aunque sean fundamentales, como la educación, la política, la economía o, en el caso que nos ocupa, la salud mental. La pasividad nos hace reactivos: esperamos a que los problemas se manifiesten para hacer algo, con lo cual empezamos a trabajar cuando las cosas ya se están poniendo difíciles, y lo hacemos con una preparación escasa, porque hasta entonces no nos hemos preocupado de ellas.
Sin embargo, no nos cuesta mucho aprender sobre las cosas simples que favorecen un buen estado físico de salud: algo de ejercicio, alimentación sana, buen descanso… Pero el tema de la mente parece que se nos escapa. Resulta curioso, porque somos la especie con la mente más desarrollada del universo conocido. Todo el mundo tiene una mente que puede estudiar en primera persona desde que nace. Entonces, ¿por qué somos tan incompetentes a la hora de conocerla y manejarla?
Creo que esto es debido al rumbo que ha tomado la evolución de nuestras sociedades desde que nos bajamos de los árboles. Hemos desarrollado unas sociedades jerárquicas, con unas élites minoritarias en número, pero mayoritarias en peso, y lo que podríamos llamar el ganado humano que pastorean dichas élites (no necesariamente de manera opresiva), mucho más numeroso, pero con un peso claramente inferior. Todas nuestras culturas se basan en que te digan lo que tienes que hacer, en que te enseñen en lugar de aprender, en que la responsabilidad consiste en ser obediente, en supeditar al individuo al grupo.
Si la evolución de las especies consiste en la supervivencia de los más aptos, no parece, por su escasez, que el autoconocimiento, la autonomía y la fortaleza mental sean factores que favorezcan dicha supervivencia, que nos hagan adaptarnos mejor al mundo en el que vivimos. Puesto que esto me parece una contradicción, no me cabe duda de que no es un efecto evolutivo, sino la consecuencia de una crianza artificial, como cuando seleccionamos pollos en las granjas para hacerlos más y más gordos y sabrosos. Hemos acabado en este estado de pasividad, no porque la mayoría de la gente “sea” así, sino porque lo hemos forzado. Si esto es realmente así, la buena noticia es que también podemos revertir el proceso de la misma manera.
En mi caso concreto, he sido adicto a numerosas drogas durante bastantes años, y consumidor no adicto durante otros tantos más. Esto me provocó una psicosis también de varios años de duración, con alucinaciones auditivas que todavía persisten y que probablemente ya no desaparezcan jamás. Creo que he conocido en primera persona los síntomas de prácticamente todas las patologías psiquiátricas existentes. Sin embargo, jamás he estado ingresado por ello, prácticamente no me he medicado con antipsicóticos, y cuando lo he hecho ha sido en dosis bajas que no han tenido efectos secundarios. Solo he dejado de trabajar durante unos pocos meses y de manera voluntaria, y mi trabajo requiere de la mente, pues soy programador informático. Problemas he tenido, y muchos, pero he sido capaz de superarlos por mis propios medios, aunque he tardado bastante, todo hay que decirlo.
Por mi experiencia, puedo decir lo siguiente: cuando ya estás en una situación de trastorno manifiesto, nada de lo que sepas o consideres correcto te va a servir de mucho. Las decisiones que yo tomaba en ese estado solo servían para empeorar las cosas, incluso aunque sabía lo que realmente debía de hacer, como por ejemplo dejar las drogas. Tampoco sirve de gran cosa lo que te digan los demás, piensas que no te entienden, lo cual es cierto, porque tu mente ya no funciona como la suya. En ese estado somos seres que pertenecen a mundos diferentes. El entendimiento se hace prácticamente imposible. Si pierdes el control, acabarás internado.
Yo no llegué a perder el control. Por un lado lo pasaba bastante mal, acosado por la adicción y las voces, pero por otro me fascinaba ser testigo en primera persona de lo que había leído en los libros. Mi mente no se quebró y pudo con la situación, aprendía todo lo que podía sobre bioquímica, sobre psiquiatría, sobre psicología. Pasé a otras materias para poder enfrentarme a las voces, que no podía dejar de considerar una comunidad de humanos telépatas que me intentaban aplastar: política, sociología, historia, filosofía…
Al final, todo este estudio y trabajo tuvo el efecto de irse haciendo más importante para mí que la fiesta y los colocones. Poco a poco me fui apartando de ello hasta dejarlo reducido a unas cuantas cervezas en el peor de los casos. Si realmente es lo que quieres hacer, no resulta tan complicado como parece.
La razón por la que he podido hacerlo de esta manera está precisamente en lo que ha pasado antes de que tuviera realmente que enfrentarme a los problemas. La buena vida no consiste en evitar a toda costa las situaciones problemáticas, sino en saber gestionarlas, en ser capaz de hacerlo incluso con los problemas que a priori nos son desconocidos, porque los problemas te pueden acaecer cuando menos te los esperas y sin que puedas evitarlo. Pensad en la pandemia, o en la guerra de Ucrania, por ejemplo. El trabajo de prevención se debe realizar cuando todavía estás bien, antes de que aparezcan los problemas.
Y no es solo una cuestión de educación, como se suele señalar, es sobre todo una cuestión de crianza. La vida que llevan tus padres, incluso tus abuelos, influye en tu futuro desarrollo por cuestiones epigenéticas; lo que sucede durante la gestación; lo que pasa en los primeros años de vida, de los cuales no guardamos ni el recuerdo. Una buena educación solo puede establecerse sobre una buena crianza y un buen desarrollo. Las personas deben poder desarrollarse como individuos autónomos capaces de hacerse responsables de sí mismos, de apreciar sus mentes y querer sacar lo mejor de ellas. Somos seres sociales por naturaleza, no se lo debemos a la cultura, no se lo debemos a nadie. No hay que tener miedo a que la gente sea antisocial si no se les inculca la superioridad del grupo sobre el individuo. El altruismo es consecuencia de la abundancia, no del adoctrinamiento. Cuando te sobra aquello que aprecias, prefieres repartirlo antes que desperdiciarlo.
La educación en la obediencia y el acatamiento de las costumbres no nace del objetivo de hacernos más sociales, sino del de mantener el status quo, de que los que dominan la sociedad lo sigan haciendo. La única manera de acabar con una sociedad jerárquica y autoritaria, aunque sea pacífica y amable como la actual, está en rebelarse contra todo aquello que la justifica, y esto no consiste en bloquear la vía pública, quemar contenedores y saquear las tiendas de Gucci, sino en convertirnos en aquello que podemos ser, se nos ha impedido ser, y nos hemos comprado que no podemos ser. O, al menos, en permitir que nuestros hijos lo hagan.