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sábado, 4 de mayo de 2024

Hacia una explicación de las alteraciones de la mente

Hace ya muchos años, el uso y abuso de todo tipo de drogas me condujo a una psicosis con alucinaciones auditivas de la que hoy todavía quedan, como recordatorio permanente, algunas de esas voces, aunque ya no me suponen problema de ningún tipo.

Nunca tuve que pasar por internamientos psiquiátricos. Mi único contacto con la psiquiatría fue cuando decidí por fin probar, harto de soportar las malditas voces, a ver si los temibles antipsicóticos realmente funcionaban para terminar con las voces. En mi caso no funcionaban en absoluto. Quizás nunca llegué a tomar una dosis suficiente, puesto que nunca sufrí esos efectos secundarios que le suelen producir a todos los pacientes psiquiátricos graves, pero mi objetivo no era cambiar un suplicio por otro diferente. Tampoco a los psiquiatras que consulté les pareció nunca que debieran recetarme dosis superiores a las que me recetaban.

Empecé a drogarme por simple curiosidad. No tenía ningún problema, más bien todo lo contrario: infancia feliz y familia cariñosa; éxito en los estudios y en las relaciones sociales. Quizás me empujó en cierto modo el hecho de que me veía demasiado tímido, pero la causa principal fue mi gran curiosidad, que me hacía, y me sigue haciendo, explorarlo y estudiarlo todo. No solo me drogaba, quería probar todas las drogas, y quería estudiarlas. Aprendía química, bioquímica, botánica, todo lo que podía sobre ellas. Me estudiaba a mí mismo y la manera en la que alteraban mi mente. Las alucinaciones que provocaban, los cambios de humor, la forma de ver y tomarte las cosas bajo sus efectos…

Con la psicosis me sucedió algo parecido. Quería poder explicarme qué me pasaba. Quería saberlo todo sobre las enfermedades mentales. Quería acabar con las voces. Me propuse firmemente acabar con ellas. Me lo tomé como una guerra a muerte. Y vencí.

Llevo años leyendo y estudiando todo lo que consigo encontrar sobre psiquiatría, neurociencia, psicología, filosofía de la mente, bioquímica… Incluso he escrito un libro sobre mi experiencia con las voces (“Nunca te librarás de nosotros”, una frase que me solían decir las voces. También lo escribí en inglés: “Thou shalt never get rid of us”). En este artículo quiero exponer el modelo de la mente que he conseguido construir a partir de mis propias experiencias, y lo que he conseguido extraer del conocimiento científico generado por otros. Con este modelo trataré de explicar, entre otras cosas, qué son esas molestas y a veces temibles voces y como se forman. No se trata de ningún descubrimiento novedoso, solo de algunos cambios de punto de vista sobre lo que todos de alguna manera conocemos.

Parto de la base de que la mente es un producto del cuerpo. En concreto y principalmente, de la actividad de las neuronas del cerebro. No creo que haya nada de esotérico en la mente, aunque a día de hoy tampoco creo que la ciencia tenga nada sólido que sirva para explicarla. Simplemente creo que la mente es algo real, eso es evidente, y que la mejor manera de estudiar y entender la realidad es a través de la ciencia.

Vamos a empezar por la cuestión de qué podemos observar si queremos estudiar la actividad de un cerebro vivo, da lo mismo que sea un cerebro humano o animal. Disponemos de técnicas que miden el consumo de oxígeno en el cerebro. Esto nos dice en qué zonas hay más o menos actividad, ya que las células consumen oxígeno para funcionar. Podemos medir la actividad de las neuronas por el cambio de potencial eléctrico que generan al activarse. También podemos hacer lo contrario: aplicar un potencial eléctrico o un campo magnético a las neuronas para activarlas o desactivarlas y ver qué es lo que sucede. Con esta técnica hemos conseguido, por ejemplo, grandes avances en el tratamiento del Parkinson, y alguno no tan grande en el de algunas enfermedades psiquiátricas. Por último, podemos medir en el tiempo los cambios en la actividad de las neuronas en varios puntos del cerebro y obtener una serie de gráficas que nos muestran ondas y ritmos característicos tanto del cerebro sano como del cerebro enfermo.

Todo esto supone un grado de conocimiento bastante amplio en el campo de la neurociencia, pero nos dice bastante poco sobre la mente. Intentar entender la mente a partir de algo tan superficial como el potencial eléctrico de la membrana celular de las neuronas, es como intentar entender a la humanidad desde el espacio estudiando el tráfico que discurre por las carreteras y autopistas de la Tierra.

Solo disponemos de una tecnología para observar la mente humana. Siempre hemos dispuesto de ella. Esa tecnología es la propia mente. Y la única mente que podemos observar y estudiar directamente es la nuestra propia. No tenemos acceso directo a ninguna otra. Nadie podrá observar mejor la experiencia de estar alucinando, deprimido, feliz, triste o enfadado que uno mismo. “Conócete a ti mismo” es una frase que estaba escrita en el tempo de Apolo en Delfos, lugar en el que se hallaba el famoso oráculo de la antigüedad. El punto de partida para explicarse a uno mismo siempre es ese. Otra frase que viene al caso es “Humano soy, nada de lo humano me es ajeno”, de Terencio. Conocer tu propia mente te ayuda a conocer también la de los demás. Todas las mentes son diferentes, pero a su vez lo bastante similares como para poder usar lo que conocemos de la nuestra para entender la de los demás. Puesto que esto no siempre se hace con buenas intenciones, también puede servir como una forma de defensa ante los intentos de engaño y manipulación.

Aunque podamos ver nuestra mente con bastante claridad, nadie sabe cómo se forma ni de qué está hecha. Decir que sale de la actividad de las neuronas es poco menos que nada. Cuando empezamos a ser conscientes de que tenemos una mente, o al menos de poder recordar que nos hemos dado cuenta de que la tenemos, ya hace tiempo que se ha formado. Por lo tanto, ni yo ni nadie podemos decir nada verdaderamente científico sobre la mente. Solo podemos usar símiles y metáforas. Podemos construir teorías y modelos de la mente, pero no podemos afirmar ni demostrar que sean realistas. En el caso de la mente, todavía estamos en el terreno de la filosofía. Me gustaría dejar esto claro porque creo que eso quiere decir que aquí no hay nadie que sepa más o menos que nadie. Las creencias y las hipótesis no cuentan como conocimiento. Mi modelo de la mente no pretende ser “verdadero”, solo plausible y explicativo. Y creo que por ahora no se puede pedir más.

Todos los sistemas naturales están formados por unos pocos elementos, que se combinan entre sí de muchas formas, generando una gran complejidad, y que funcionan de manera asombrosamente autoorganizada. Sabemos explicar la materia a partir de las partículas fundamentales como el electrón, aunque realmente no sepamos de qué están hechas realmente esas partículas. Los elementos con los que se construye la mente son las sensaciones. Utilizo la palabra “sensación” para referirme a todo aquello que sentimos: lo simple, como el tacto de un tejido, la visión de un color, o la percepción del sonido, pero también todo aquello más complejo, como las emociones (miedo, angustia, ira, felicidad…), o los sentimientos (odio, amor…). También considero que la razón pertenece al mundo de las sensaciones. Sentimos certeza, duda, sentimos que algo es lógico o ilógico, elegimos las palabras por sus connotaciones, por su belleza, por sus dobles sentidos. Todo en la mente está formado a base de sensaciones básicas, que se combinan y entrelazan como se combinan y entrelazan los átomos que forman las moléculas.

Podemos considerar entonces la mente como el complejo resultante de todas estas sensaciones funcionando al unísono, de forma parecida a considerar el cuerpo humano como el resultado conjunto de todos sus átomos, moléculas, células, tejidos y órganos. Una enorme complejidad en diferentes niveles, todos de la misma materia, pero todos diferentes. Niveles separables, pero que existen todos a la vez.

Esta super sensación que sería la mente no es algo estático. Está cambiando continuamente, en general de forma suave, pero también puede cambiar bruscamente. Muchas de las sensaciones que la forman proceden del mundo exterior, a través de lo que llamamos precisamente “los sentidos”: vista, oído, tacto, gusto y olfato.

Con la vista vemos el mundo exterior en colores, pero estos colores solo existen en nuestra mente. La luz está formada por ondas de diferente potencia. Cuando incide sobre los objetos, algunas de estas ondas son absorbidas por el objeto, mientras que el resto salen reflejadas, y esta luz “filtrada” es la que llega hasta nuestros ojos. Cada una de estas potencias activa las células de nuestra retina de forma diferente, y las diferentes combinaciones producen en nuestra mente los diferentes colores. Si cambiamos el espectro de potencia de la luz del ambiente, los colores de las cosas cambian. ¿Son entonces los colores “imaginaciones” nuestras? No, son la forma natural que tenemos de percibir las cosas con la vista.

Con el sonido sucede algo parecido. El aire vibra con diferentes frecuencias y esto excita las células del oído. En el aire no hay palabras, ni ladridos, ni música, ni cantos, solo vibraciones. Nuestro sentido del oído las transforma en todo eso. El tacto funciona de manera similar al oído, y el gusto y el olfato lo hacen a base de receptores químicos excitados por distintas moléculas. Todas las sensaciones que proceden de los sentidos se crean a partir de algo que llega del exterior, pero solo existen en nuestra mente, no están hechas de ese algo.

No somos solo máquinas de percibir el exterior. Existe algo que llamamos “propiocepción” que es algo así como el sentirnos a nosotros mismos. No hace falta explicar que tenemos emociones y sentimientos, y que los tenemos en diferentes grados y combinaciones. Tampoco es necesario explicar que podemos tener varias sensaciones, emociones, sentimientos y algún racionamiento de manera simultánea y relacionadas entre sí y con lo que estamos percibiendo.

Si uno se fija, se dará cuenta de la gran cantidad de cosas diferentes que está percibiendo y sintiendo la mente en cada instante. Eres consciente de todo lo que hay a tu alrededor (y son muchísimas cosas), de todo lo que estás sintiendo al respecto, si es que sientes algo especial, y, además, a la vez, “sabes” (que también es una sensación) lo que son todas estas cosas. El fluir de todo esto es lo que constituye aquello que llamamos “mente”, y es lo que viaja dentro de los “vehículos que estudiamos desde el espacio” (por el símil que usé anteriormente) cuando observamos las gráficas de un electroencefalograma.

Volvamos por un momento al cerebro y las neuronas y pensemos en todas sus funciones. Necesitamos respirar y que el corazón lata sin necesidad de que tengamos que estar pendientes de hacerlo voluntariamente (no sobreviviríamos ninguno). Necesitamos por tanto un sistema autónomo que se encargue de estas cosas. Ya hemos visto la traducción de los mensajes del mundo exterior que realizan los sentidos. Esto también es autónomo y también lo hacen las neuronas. El movimiento es algo mixto, lo podemos controlar a voluntad, pero también existen movimientos involuntarios. El sentido del equilibrio también es algo autónomo.

Estoy usando el término “autónomo” (posiblemente sería mejor usar “independiente”) para referirme a aquello que no depende de nuestra voluntad, es decir, del yo consciente. Quizás es el momento de definir qué entiendo por el yo. Para mí el yo es todo aquello de lo que somos o podemos ser conscientes, no es algo que está ahí, es algo que somos, y está sujeto a lo que llamamos la “voluntad”. La voluntad es esa sensación de determinación que sentimos al hacer algo. No hay que confundirla con el impulso. El impulso nos sugiere hacer o dejar de hacer algo, la voluntad es la decisión y la determinación de hacerlo o no hacerlo.

Actualmente existe, dentro del campo de la neurociencia, un cuestionamiento de la visión “egocentrista” de la mente (centrada en el yo, la visión que podríamos llamar clásica). Yo no voy a hablar como neurocientífico porque no lo soy, pero estoy de acuerdo con que esa visión resulta un tanto simplista. Pensemos en lo siguiente: no existe primero el yo y luego se forma todo lo demás a su alrededor, como una especie de tributo u homenaje, para su satisfacción y comodidad. Más bien sucede lo contrario. Y no solo a nivel de individuo, como especie, somos el fruto de una evolución que partió de organismos unicelulares. La verdadera protagonista de toda esta historia es la célula. El egocentrismo es un derivado de la ancestral idea del alma.

Después de la fecundación, la célula única con la que empezamos a existir comienza a dividirse y se va formando poco a poco toda la estructura del organismo. Al principio, y durante buena parte del ciclo de desarrollo anterior al nacimiento, las células están muy ocupadas construyendo el edificio como para pensar en el inquilino, ese yo al que consideramos (como es natural) el centro del universo. Y todo lo que construyen las células tiene una utilidad puesta a prueba por millones de años de evolución: la supervivencia del colectivo de células. Sería absurdo pensar que ese yo sea algo más que otra de estas herramientas de supervivencia, aunque quizás sea una de las más importantes. El yo está al servicio del cuerpo, de las células, y no al revés. Se puede considerar el yo como un órgano más.

Por lo tanto, no es descabellado suponer que el yo pueda compartir el cerebro con otras herramientas necesarias para el buen funcionamiento de todo el colectivo. Antes hemos hablado de los sentidos y de la gran cantidad de información que tiene que procesar el cerebro a cada instante. El mundo a nuestro alrededor cambia, a veces de forma vertiginosa. Todos y cada uno de los cambios deben ser procesados simultáneamente, y eso requiere de tiempo y energía. Estamos hablando de milisegundos. Físicamente parece algo imposible, pero lo cierto es que sucede.

Ahora vamos a pensar en algo que seguramente todos habéis experimentado y que se ha comprobado también experimentalmente: el cerebro no percibe la realidad de manera “fotográfica”. La mayoría de, si no toda, la realidad percibida es una reconstrucción más o menos aproximada. ¿Habéis visto alguna vez una bolsa o unos trapos a lo lejos en la carretera que os parecía un animal atropellado? Veíais realmente a ese animal, hasta el momento en que os acercasteis lo suficiente y se convirtió en lo que realmente era. Se ha comprobado que solo entendemos parte de lo que se nos dice, incluso cuando nos hablan en un idioma conocido. El cerebro tiene dificultad para reconstruir palabras sueltas, pero cuando se trata de frases con sentido no tiene dificultad para reconstruir la frase entera por el contexto. Todos hemos entendido mal alguna palabra en una canción, sobre todo cuando es en un idioma que no dominamos. Escuchamos la palabra incorrecta sin ninguna duda, hasta que un día nos enteramos de lo que dice realmente la letra, y a partir de ese momento oímos ya siempre la verdadera palabra.

Existen multitud de ejemplos de ilusiones visuales y auditivas que podéis encontrar fácilmente buscando en internet. Otra cosa curiosa es por ejemplo la sensación de extrañeza que solemos tener cuando conocemos personalmente a alguien a quien solo hemos escuchado hablar. Casi nunca nos encaja su apariencia con su voz, aunque posiblemente si te piden que hagas un retrato robot basándote en la voz, no sabrías describir el supuesto aspecto de la persona. ¿De dónde sale entonces la extrañeza?

¿Y qué sucede si interrumpimos el flujo de información que nos llega desde el exterior? Existen cámaras de privación sensorial, y los experimentos indican que, las personas sometidas a esta privación, en general se quedan como paralizadas y su mente empieza a divagar, como en los sueños. Los sueños son precisamente un estado de privación sensorial. Cuando soñamos, perdemos la referencia de la realidad, que de alguna manera fija nuestra mente, y nuestro mundo interior se vuelve bastante caótico. Sin embargo, aparecen escenarios, personas y objetos igual que en el mundo real. También desaparecen y se transforman de manera muchas veces absurda. En nuestros sueños estamos nosotros, está el yo, pero también están ellos, las otras personas y cosas, que percibimos como algo ajeno, igual que cuando estamos despiertos. No parece que sean imaginaciones nuestras. Cuando imaginamos, lo hacemos de forma consciente, lo hace el yo, y nos damos cuenta perfectamente. Sabemos distinguir lo percibido de lo imaginado, lo que sabemos de lo que creemos, aunque a veces nos tomemos lo creído o imaginado como verdadero y real.

La pieza que estoy buscando para completar el modelo de la mente en realidad la conocemos todos. Estoy hablando del concepto de inconsciente, o subconsciente. Aunque yo lo voy a utilizar de manera algo diferente de la habitual. Normalmente se considera el inconsciente como una parte del yo de la que no nos damos cuenta. Yo lo voy a considerar un sistema autónomo más. En realidad, es solo una forma distinta de organizar el modelo para entenderlo mejor, explicar lo mismo reconfigurando los conceptos. Este sistema autónomo sería como una especie de representación hipotética del mundo real que se va formando con la experiencia, un mundo mental de avatares. El cerebro utilizaría este inconsciente para rellenar los huecos de la percepción. El inconsciente funciona a la vez que el yo, y su utilidad es la de optimizar la percepción para que no sea necesario reprocesar, interpretar y entender la misma realidad una y otra vez. También nos permite, por ejemplo, adelantarnos a los acontecimientos.

El hecho de que esté hablando de sistemas autónomos e independientes, no significa que no existan interacciones entre todos ellos. El organismo funciona con una autoorganización asombrosa en todos los niveles en los que lo estudiemos. Resulta casi increíble comprobar lo que son capaces de hacer los átomos, las moléculas, las células de las que estamos hechos. Nosotros somos la prueba. El inconsciente se forma consensuando de alguna manera la realidad que construye con lo que sentimos acerca de ella. Se trata de un trabajo conjunto, un ciclo que se realimenta. El inconsciente nos influye y nosotros influimos en él. Nos construimos mutuamente. El yo constituye nuestra identidad. El inconsciente, la identidad de todo lo demás que construye el cerebro a partir de nuestra experiencia.

Cuando dormimos, el organismo realiza numerosas labores de mantenimiento que no se pueden realizar cuando estamos despiertos. Se limpia el cerebro de desechos, se regulan las hormonas, se refuerza el sistema inmunitario, y también se gestiona la experiencia diaria, asentando la memoria y trabajando emocionalmente lo sucedido. Los sueños son como una especie de campo de pruebas para este proceso, a la vez que su resultado. Es muy probable que no tenga mucho sentido interpretar lo que significan realmente los sueños, porque en buena medida nacen de un trabajo ordenado a nivel celular y no tienen por qué representar nada que podamos entender, pero aun así quizás se puedan identificar patrones que resulten informativos para alguna terapia. Los sueños como un todo no tienen sentido, pero muchas de las cosas sueltas que suceden sí.

En cuanto a la memoria. Solemos verla y hablar de ella como si fuera algún misterioso lugar con cajoncitos en los que se guardan y clasifican las cosas que conocemos y sabemos. Algo así como la memoria o el disco de un ordenador. Esta comparación es muy poco afortunada. Pensad en un perro cualquiera. Es la primera vez que veis un perro como ese, de esa raza. Además, lo veis en una foto. Para empezar, sin que nadie os diga nada, ya sabéis que es un perro (¿dónde estaba eso en vuestra memoria?). Y no solo eso, a partir de ese momento, reconoceréis perros como ese sin demasiados problemas. No importa desde que ángulo o distancia los veáis. Si solo teníais la foto esa del perro en la memoria, ¿cómo es posible hacer esto?

Una vez formado, el número de neuronas de nuestro cerebro prácticamente no cambia a lo largo de nuestra vida, aunque hay momentos puntuales (en la niñez, en la adolescencia y en el embarazo, por ejemplo) en los que se eliminan bastantes neuronas (poda neuronal). No es un proceso patológico, sino adaptativo. Algo así como una especialización. Las neuronas, que son muchos millones, se disponen en el cerebro formando redes. Se conectan unas con otras, y estas conexiones hacen que pueda fluir el estado que hemos llamado mente a partir de cambios en diferentes puntos de la red. Las conexiones cambian con bastante frecuencia, a medida que aprendemos y olvidamos cosas. Esta es la base de la memoria. Todo el cerebro es memoria de alguna manera. Ninguna neurona guarda ninguna foto de nada, solo pequeños trocitos inidentificables de parte de muchas cosas. Si observáis el acto de recordar cosas, veréis que, usando solo la mente, nunca se reconstruye nada de manera exacta. Para eso tenéis que estar viendo o escuchando lo recordado, reforzar la imagen que forma vuestra mente con la realidad.

Podemos recordar cosas olvidadas pensando en otras cosas que tengan relación con ellas. Es como un inmenso puzle en el que cada pequeña pieza forma parte a la vez de muchas cosas distintas, aunque no es exactamente igual que esa misma parte de ninguna de ellas. La memoria sirve para recordar, pero también para crear cosas nuevas parecidas a otras conocidas, o combinaciones de varias cosas diferentes. Incluso podemos recordar algo que realmente no ha sucedido. Por este motivo, y no porque se sospeche que mienten, es muy habitual en los juicios poner en duda la versión de los testigos. Cualquier cosa que tengamos en la memoria está ligada además a emociones o sentimientos más o menos intensos que la modifican.

La memoria funciona como un sistema grabador / reproductor. La grabación nunca se reproduce con exactitud, ni se reproduce dos veces de la misma manera. Tanto el yo como el inconsciente tienen acceso a la memoria, porque posiblemente comparten el uso de muchas de las partes del cerebro, aunque quizás no de la misma manera, puesto que la misión de los dos sistemas es diferente.

Hasta aquí mi modelo de la mente aplicado a las personas cuya mente funciona con normalidad. La “normalidad” es un concepto bastante ambiguo pero que creo que todos somos capaces de entender. Si no te da problemas que tu mente esté como está, tu mente funciona con normalidad. Pocas lo hacen.

Todo lo dicho anteriormente se sigue aplicando a la mente trastornada, desequilibrada, enferma, o como quieras llamarla. Vamos a empezar por un tipo de trastorno que conozco bien: las adicciones. En este caso, la parte de la mente – cerebro que juega el papel de protagonista es la memoria. Sin entrar en juicios morales, de los que no soy nada amigo, vamos a llamar “vicio” a las costumbres arraigadas que son perjudiciales para la salud, y “virtud” a las que son beneficiosas. Si os preocupan otras connotaciones de esas palabras, se las quitáis y las tiráis a la basura, como hago yo.

Toda costumbre resulta de un acto de aprendizaje, a base de repetir y repetir algo. Ciertas emociones, como la satisfacción o el miedo, se asocian con y refuerzan este comportamiento. Sin emociones no hay recuerdo que dure. Dicho de otra manera, se añaden conexiones específicas en el cerebro para ejecutar ese comportamiento, uno se especializa en hacer lo que sea que esté haciendo. Ciertas emociones, como el malestar o fastidio que suele producir estudiar algo solo por obligación, impiden que se establezca la costumbre (sea vicio o virtud). Las costumbres quedan ligadas a las emociones con las que se aprenden.

Algunas adicciones se adquieren por el uso de sustancias como las drogas, aunque también las pueden producir alimentos como los azúcares y las grasas. Otras solo requieren de la repetición de un comportamiento, como la adicción al juego, al móvil, al ejercicio o al sexo. Debemos separar la adicción a la sustancia de la adicción al comportamiento, al que llamaré el “ritual”. Lo más difícil de superar, con mucha diferencia, es la adicción al ritual. El uso de sustancias lo único que hace es alterar la bioquímica del organismo. Al dejar de consumir la sustancia, se produce un desequilibrio que puede llegar a producir un malestar bastante grande. Nos sentimos físicamente enfermos. También sentimos ansiedad y avidez por volver a consumir, básicamente porque sabemos que eso hará que se nos pase el malestar. Pero, si solo fuera este el problema, desaparecería por sí solo en unos pocos días, cuando el organismo recuperase el equilibrio. El “hambre” de droga desaparece cuando deja de resultar necesaria.

Lo del ritual ya es otra cosa. Hay que desacostumbrar al cerebro a exigirte continuamente que hagas eso tan agradable o necesario que hacías siempre. Tus neuronas se han entrenado para hacerlo, lo necesitan hacer. Tú también lo debes necesitar, si no, no lo habrías hecho tantas veces y tan a menudo. Están allí para ayudarte a que no se te olviden las cosas buenas o necesarias. El periodo de deshabituación del ritual puede llegar a durar toda una vida. La mayor parte de las recaídas están motivadas por el ritual, no por la sustancia. Esto se puede ver mejor en las adicciones en las que no intervienen sustancias externas. La adicción al juego, al sexo, o a una secta son tan difíciles de dejar como la adicción a la heroína. Cuesta tiempo aprender a ser un adicto, pero lleva muchísimo más tiempo olvidarse de serlo.

Lo importante es darse cuenta de que lo único que está pasando aquí es que un proceso natural, como es el aprendizaje, se ha salido de madre y se nos ha ido de las manos. No eres ni mejor ni peor persona por ser un adicto (aunque tu comportamiento si suele ser bastante peor en estas circunstancias). Hay muchos más adictos de los que nos gustaría reconocer. No hace falta que sea a nada ilegal. Es un proceso patológico y la moralidad en este caso sobra. Es un problema de salud.

Las sensaciones también juegan un papel importante en las adicciones. Habréis dicho, u oído en más de una ocasión eso de “es que a mí me gusta fumar”, como razón para no dejar el tabaco. Se suele caer en el error de contestar “te lo parece, pero en realidad no es así, es la adicción”. Aunque entiendo lo que se quiere decir con esto, no es cierto que solo te lo parezca. Es totalmente cierto que te gusta, la sensación es real, y es la misma que para cualquier otra cosa que te guste mucho. No se deben discutir las cosas que dice sentir el otro (a menos que supongamos que miente), Porque sabe mejor que tú lo que siente, y te considerará un metomentodo que no tiene ni idea de lo que dice. Probablemente ya no querrá volver a hablar del tema contigo ni contarte nada al respecto.

Aunque la misión del yo es la de entender y aprender a moverse por el mundo exterior, tomando decisiones y estableciendo relaciones con las demás personas, animales o cosas, el organismo no deja que sea un dictador absoluto. Pensemos en la mente como en una comunidad, y en el yo como el explorador encargado de investigar, conocer y relacionarse con el mundo exterior. A veces decide el yo, a veces convence al resto para obtener mayoría de votos, y otras veces gana alguno de los otros miembros. Todos los componentes de la mente interactúan. El yo pone la voluntad de hacer las cosas, pero la recompensa o castigo, o las ganas de hacer algo, proceden de otros actores. Tú no tienes hambre cuando quieres, sino cuando el cuerpo necesita alimento y te lo pide. Comer o no, o qué comer, es tu decisión.

Pasemos a otro de los trastornos del que también tengo una amplia experiencia personal: la psicosis. Psicosis es un término genérico para los trastornos y enfermedades mentales que implican “una pérdida de contacto con la realidad”. Esto quiere decir alucinaciones, delirios, pensamiento y habla desordenados, etc. En psiquiatría, hablar de “enfermedad” es algo un pelín incorrecto. Técnicamente (y si no somos técnicos en medicina, ya me diréis dónde), se puede hablar de enfermedad cuando se conocen las causas. Si solo conocemos los síntomas, a ese estado se le llama síndrome. Usar bien el lenguaje ayuda a saber de lo que estamos hablando. Un ejemplo: la inflamación del hígado (síntoma) se llama hepatitis. La causa puede ser, o bien un virus (las variedades conocidas las nombramos con las letras entre la A y la G), o bien una intoxicación. Por lo tanto, la hepatitis es una enfermedad. Como no tenemos muy claro cual es la causa de la esquizofrenia, por ejemplo, una psicosis de las más graves, sería más correcto hablar de síndrome. La última edición del manual diagnóstico DSM utiliza en todas partes la palabra “trastorno” en lugar de enfermedad.

Puesto que solo conocemos bien los síntomas, en lugar de hablar de enfermedades, trastornos o síndromes completos, como la esquizofrenia o el trastorno bipolar, voy a hablar de los diferentes síntomas por separado. Muchos de ellos son comunes, en mayor o menor grado, a varios diagnósticos psiquiátricos.

Según lo que he comentado anteriormente, la realidad que percibimos y la realidad que nos rodea no son exactamente las mismas. La primera reside dentro de nuestra mente, y está construida con sensaciones que realmente no pertenecen al mundo exterior. El color, por ejemplo, solo está en nuestra mente. Los objetos, animales y personas que percibimos son aproximaciones de y suposiciones sobre las entidades reales. Los perros que ven las personas que tienen miedo a los perros son temibles; los que ven las personas amantes de los perros son adorables. Incluso aunque sean exactamente los mismos y los vean en el mismo momento.

Como también expliqué antes, el yo y el inconsciente intercambian información y se modelan de alguna manera el uno al otro. Los avatares del mundo real se construyen en el inconsciente en función de nuestras expectativas y creencias, y estas a su vez se construyen en respuesta a lo que nos sugieren esos avatares.

Las fobias son un ejemplo de esto. Se trata de un temor exagerado a animales o cosas que realmente no son tan peligrosos, o no lo son en absoluto. Esto es lo mismo que decir que se tienen expectativas exageradas sobre su peligrosidad, y los avatares que construye el cerebro serán más temibles y amenazantes. Si tienes aracnofobia y yo no, no veremos la misma araña. La tuya será mucho más terrorífica que la mía, pero si yo la percibiera igual que tú, aunque no tuviera la fobia, también me asustaría. Todo son sensaciones, por lo que el miedo forma parte de la imagen de tu araña, pero no de la mía.

Podemos entender los trastornos alimenticios de la misma manera. Al mirarse al espejo, algunas personas se pueden ver gordas y deformes, aunque nosotros las veamos casi en los huesos. El problema es que no estamos viendo la misma imagen, por eso no nos lo podemos creer. En la suya, la sensación de estar viendo un cuerpo con sobrepeso es la que hace que se vean con sobrepeso. Es más fuerte que la imagen. Más que “verse” gordas, se “sienten” gordas. Perciben una realidad diferente. La propia obsesión por estar delgado acaba generando esta distorsión en la formación inconsciente de la propia imagen. Le añade emociones que no le corresponden. Estas personas no mienten al decir que se ven gordas, ni tampoco se lo imaginan.

Las alucinaciones auditivas funcionan de la misma manera, y aquí sí que hablo por experiencia personal. Todos oímos voces y sonidos casi continuamente. Muchas veces no vemos el objeto, persona o animal que las produce, pero no nos parece que estemos alucinando. Cuando alucinas voces pasa lo mismo. Parece que estén en el cuarto de al lado, en la calle, en el edificio de enfrente… pero el caso es que suenan tan reales como si realmente vinieran del exterior. Parecen reales porque la realidad de lo que oyes no lo decide el yo, sino que ya te viene decidido desde el inconsciente. Para que la voz se forme, basta con que se exciten las áreas del cerebro que se excitan al escuchar voces de personas reales. Esto produce señales que se procesan en el inconsciente para reconstruir lo que se está diciendo en forma de lenguaje, y al yo se le entrega casi un currículo de la persona a la que está escuchando: edad, sexo, incluso el estado de ánimo e intenciones. Si es la voz de alguien conocido, es esa persona sin ninguna duda. Por mucho que luego razones que no es posible que estés oyendo lo que estás oyendo, la sensación de convicción ya te viene impuesta desde abajo. No se puede evitar considerarlo real. Solo se puede evitar actuar como si lo fuese, que es lo que está de tu mano.

Si eres capaz de hacer esto último, puedes observar además que las voces responden a tus expectativas. No es que puedas conseguir que acaten tus órdenes, sino que muchas veces dirán lo que tú esperas que digan. Una de las explicaciones científicas sobre la escucha de voces habla de las “alucinaciones de hipervigilancia”. Estás tan obsesionado por que vas a escuchar algo, que lo acabas escuchando. A mí me pasó porque tenía en mi casa plantas de marihuana. Estaba tan preocupado por lo que podrían decir los vecinos si lo descubrían, que me pasaba el día prestando atención a todo lo que escuchaba desde la calle o el patio interior. Al final, acabé rodeado de vecinos que hablaban, clara y continuamente, de mi marihuana. Y no precisamente de manera amistosa.

Aunque las alucinaciones visuales son también posibles, se producen en muy pocos casos, y normalmente son necesarias condiciones especiales, como que haya poca luz, para que sea necesario “ayudar” a los ojos a reconocer lo que ven. El sentido de la visión está demasiado afectado por la realidad como para sufrir con facilidad interferencias que obliguen al cerebro a tener que reconstruir lo que vemos a base de estimaciones. La parte del cerebro dedicada a la visión es una de las más extensas. También podemos alucinar otros tipos de sonidos, olores, sabores y sensaciones táctiles.

Las alucinaciones más comunes son, con diferencia, las auditivas. Son tan comunes que no es necesario tener un trastorno para experimentarlas. Las alucinaciones hipnagógicas e hipnopómpicas se producen respectivamente justo cuando estás entrando en el sueño o justo cuando estás despertando.

El sueño está estrechamente relacionado con los trastornos mentales. No solo tiene la misión de mantener el cuerpo saludable; también cuida de la mente. El sueño es fundamental para la gestión de la memoria y de las emociones. El sueño se divide en fases de dos tipos No-REM (NREM, sueño profundo) y REM (sueño ligero, cercano a la vigilia). Las fases NREM y REM se alternan a lo largo de la noche, primero NREM y luego REM. Al principio son más largas las fases NREM. A lo largo de la noche se van acortando a la vez que las fases REM se alargan. Se sueña en las dos fases, pero los sueños más movidos y que se recuerdan mejor son los de la fase REM. Las ondas cerebrales que se miden en la fase REM son muy parecidas a las recogidas cuando estamos despiertos.

La memoria se asienta principalmente en las fases NREM, mientras que en las fases REM se encaja emocionalmente lo que se ha procesado en la fase NREM. Es como un proceso de prueba y corrección. Primero se configuran las nuevas experiencias junto con las antiguas, y luego se pone a prueba el trabajo con los sueños más “realistas” y se cataloga emocionalmente. Se corrige el trabajo en la siguiente fase NREM y se vuelve a probar en otra REM, y así hasta que nos despertamos, normalmente en fase REM.

Los medicamentos tranquilizantes y el alcohol aumentan la duración del sueño NREM y disminuyen la duración y efectividad del sueño REM. Existe la hipótesis, basada en esto, de que, en el caso de las personas que acaban de sufrir un evento traumático, forzar el sueño con estas sustancias podría favorecer la aparición del trastorno de estrés post traumático, al provocar que se asiente el recuerdo del trauma sin llegar a asimilarse bien emocionalmente. Se piensa que podría ser preferible no dormir la noche inmediata al trauma, o inhibir el sueño NREM, para dificultar el asentamiento del recuerdo del trauma. Esto, como digo, es solo una hipótesis. El sueño está ahora mismo en proceso de estudio en profundidad, no existen conclusiones bien demostradas.

También se ha comprobado experimentalmente que, si a individuos sanos se les priva del sueño durante unos pocos días, desarrollan síntomas similares a los de la psicosis. En la mayoría de los trastornos mentales se producen alteraciones del sueño. Estas alteraciones son a la vez una causa y un efecto de dichos trastornos.

Otro factor que acompaña a los trastornos mentales como causa y efecto es el estrés. En mi caso, desde luego que el estrés tuvo mucho que ver, y también la falta de sueño. Los malos tratos, el rechazo social, la soledad, la pobreza, el paro, el abandono, etc. son factores estresantes que afectan muy negativamente a la salud mental. Además de causar un gran estrés, enseñan al cerebro a llenar la memoria y el inconsciente de estereotipos malvados y agresivos que debilitan y hacen sufrir a la persona hasta que su mente se desequilibra demasiado y se desencadena el trastorno mental. La sociedad no siempre es un grupo acogedor de personas. A veces es como una especie invasora o un virus que parasita la mente y la acaba devorando.

El estrés y la privación de sueño es muy posible que pongan el cerebro en un estado entre el sueño y la vigilia. El cerebro necesita dormir, es necesario para sobrevivir, así que en última instancia intentará forzar al organismo a estar dormido, aunque esté a la vez en parte despierto. Es muy posible que toda esa sensación de “pérdida de contacto con la realidad” se produzca por una mezcla del estado de sueño y de vigilia.

En definitiva: la enfermedad o trastorno mental es un desequilibrio del organismo como otro cualquiera, tan desagradable e incluso incapacitante como cualquier otro trastorno o enfermedad orgánica. No te vuelves un bicho raro ni dejas de ser una persona por tener la gripe o por tener cáncer. Tampoco por estar deprimido o sufrir un brote psicótico. Solo es una alteración y desorganización de mecanismos naturales.

Para terminar, otro dato curioso. Cuando a alguien se le amputa una extremidad, por ejemplo, un brazo, aparece lo que se llama el “síndrome del miembro fantasma”. La persona sigue sintiendo el brazo, incluso siente picores o dolor. Esto es porque se le ha extirpado el miembro, pero las neuronas que se ocupaban de sentirlo siguen en el cerebro. Como ya no reciben señales, por un lado, se las “inventan”, porque son seres vivos y no les queda más remedio que seguir funcionando. Pero, por otro lado, también buscan reparar el contacto perdido, y empiezan a establecer nuevas conexiones con neuronas vecinas. Esto hace que lleguen a conectar con neuronas que se ocupan de otras partes del cuerpo, puesto que este tipo de neuronas están en zonas cercanas en el cerebro. La parte de la mano está muy cerca de la de la cabeza. Pues bien, lo que se descubrió es que, en algunos pacientes, bastaba con rascarse la cara para calmar el picor de la mano fantasma. En los trastornos mentales es posible que se produzcan también alteraciones similares a estas, fruto de la plasticidad cerebral alterada en un cerebro alterado.

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