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miércoles, 28 de diciembre de 2022

Identidad social y salud mental

Publicado el 7 de noviembre de 2022

Nacemos en un mundo en el que continuamente te están diciendo cómo debes pensar, qué debes hacer, e incluso qué apariencia debes tener. Se te inculcan valores, se te ensañan modales, se te dicen las cosas que tienes que aprender y cómo debes hacerlo. Se te enseñan las costumbres y tradiciones locales y cómo debes seguirlas. Probablemente se te inculque también una religión, una ideología política, o ambas cosas. Todo esto te lo transmiten tus mayores, que saben mejor que tú cómo funciona el mundo y lo que te conviene.

Con tus iguales la cosa tampoco cambia mucho. Tienes que jugar a sus juegos, escuchar su música, vestir como ellos, hablar como ellos. Te tienes que reír de lo que o de quien ellos se ríen. Te tienes que enfadar con lo que o con quien ellos se enfadan. Los temas de conversación también te suelen venir impuestos: deportes, series, películas. Si se trata de temas delicados, como la política, no te puedes salir de los estándares de tus interlocutores, o ellos de los tuyos. Y no hablemos de las redes sociales, ¿hace falta comentar algo sobre las redes sociales?

Se te intenta vender un montón de cosas que muchos otros tienen o hacen. Hasta para ser diferente te dicen cómo debes serlo. Cómo te tienes que vestir si eres esto o lo otro, qué coche tienen las personas como tú, a qué casa debes aspirar, cómo tienes que decorarla. Debes tener este reloj o usar este perfume. ¿Cómo? ¿Qué no tienes tatuajes? ¿Ni piercings? ¿Pero tú de dónde sales?

Es cierto que algunos se rebelan contra esto, pero la cosa no suele salirles muy bien. Nadie se dedica a educar rebeldes, tienen que improvisar, y lo suelen hacer siguiendo también pautas de conducta estandarizadas. Cuando los rebeldes se unen en grupos, lo hacen también bajo una ideología que todos deben seguir.

La cosa tiene una explicación bien sencilla: naces en una comunidad ya formada, con sus usos y costumbres. Si quieres integrarte en ella, debes ser como ellos. Puedes quitarle muchas cosas a la gente, pero ojo, ni se te ocurra atacar sus costumbres, y mucho menos sus tradiciones. Y una forma de atacar esas cosas es simplemente no participando en ellas, porque eso hará que desaparezcan, si otros siguen tu ejemplo.

En la antigüedad, esto tenía graves consecuencias para los rebeldes. En el peor de los casos te ejecutaban de manera ejemplar, en el mejor, te expulsaban de la comunidad y posiblemente acabarías tus días vagabundeando por los caminos, muerto por algún asaltante, o devorado por alguna fiera.

Las sociedades actuales son más grandes y diversas, las cosas ya no son tan tremendas. Si te expulsan de algún grupo, o no te sientes a gusto en él, no tienes más que buscarte otro diferente al que te puedas adaptar mejor. Incluso puedes pertenecer a grupos diferentes en diversos ámbitos de la vida. Pero siempre vas a tener que cumplir con unos estándares.

Todo esto es lo que conforma la llamada identidad social. La identidad personal es lo que pueda quedar de ti una vez que quitas todos esos usos, ideas y costumbres. Aquello que viaja contigo de comunidad en comunidad, de grupo en grupo. Lo que podríamos llamar tu personalidad.

La identidad social y la personal compiten la una con la otra. Los recursos de tu mente son limitados, tus deseos y preferencias y los deseos y preferencias que debes tener según los demás no son siempre compatibles. El proceso de socialización empieza cuando naces. Eres tu solo contra el mundo. Ni siquiera aunque tus personas más cercanas se preocupen con éxito de que desarrolles una personalidad propia te podrán librar de la influencia del resto. Y el resto es mucha gente. Y tienen muchos medios. Lo más normal es que tu identidad social domine a la personal con diferencia. Vives apuntalado por la sociedad, por tu entorno.

La vida no es fácil. Tenemos muchas presiones por parte de la Naturaleza. Y muchas más por parte de la sociedad en la que vivimos. Muchas personas acaban sobrepasadas por el peso de sus circunstancias vitales y sus mentes se desequilibran. Además del trastorno y del sufrimiento que esto les ocasiona, su comportamiento empieza a volverse más y más extraño para los demás. El resultado es que dejas de cumplir con los estándares y el grado de aceptación de los demás comienza a disminuir.

Llega un momento en que la mayoría te rechaza por completo. Aquellos que se siguen preocupando por ti se encuentran sobrepasados. No tienen ni idea de qué hacer, nadie les ha enseñado, y a ellos, por supuesto, no se les ha ocurrido aprender por su cuenta, así no es como se hacen las cosas. El problema para ti se agrava: todos esos andamios de identidad social que estaban sosteniendo en pie tu débil identidad personal se retiran. Con lo que te queda de personalidad no puedes afrontar tus graves problemas. Así que te rompes y te derrumbas.

Si no te has suicidado, acabarás internado en un psiquiátrico. Hoy en día esto es muchas veces una suerte. Hasta no hace mucho era una condena perpetua. La sociedad ha favorecido la debilidad y ha creado muchas de las circunstancias que te han llevado hasta ese punto, pero al menos trata de devolverte a la normalidad.

Cuando por fin vuelves de nuevo a la normalidad, es fácil que las cosas no vuelvan a ser como antes. En muchas ocasiones nos encontramos con el estigma de la sospecha. A saber que se pone a hacer este en el momento menos pensado. Ya eres sospechoso de estar fuera de la norma por lo menos. Si te han quedado secuelas que señalen por lo que has pasado, ya no digamos.

Actualmente, la salud mental está de moda, y hay una preocupación creciente por esto del estigma. Muchos famosos se lanzan a contar en público sus experiencias. También sufren mucha presión, y también se rompen, como todo el mundo. Esperamos que esto cambie la visión que tiene la gente de los trastornos mentales, pero me temo que pasará como en el chiste: “- Papá, creo que soy gay. – Pero vamos a ver, hijo, ¿tú ganas mucha pasta? ¿Tienes un pisazo y un cochazo? – Pues, no, nada de eso. – Pues entonces tú no eres gay, tú eres maricón.”

De nuevo nos encontramos con el enfoque social ejemplarizante. Como los famosos se vuelven locos y no pasa nada, pues tampoco pasa nada porque se haya vuelto loco el hijo del vecino. Pero esto no funciona así. Estamos hablando de dos ámbitos diferentes: el ámbito de los líderes y el ámbito de los seguidores.

Somos seres sociales, y esto es indiscutible. No podemos vivir aislados. Nuestra mente se desequilibra si no nos relacionamos con otras personas. Por esta misma razón, la sociedad no es un invento nuestro, ni tampoco una propiedad privada (aunque para algunos sea un chiringuito muy rentable). Todo este abuso de las normas y los estándares procede de un desarrollo, insensato por una parte, y perverso por otra, de tendencias naturales del ser humano: Necesidad de hábitos y costumbres, de simplificación, de seguridad, etc.

Digo que es insensato porque muchas veces nos aferramos de manera exagerada a estas tendencias sin pensar en las consecuencias a largo plazo de reforzarlas demasiado. Y cuando se manifiestan las consecuencias nocivas, nos seguimos aferrando porque nos cuesta mucho trabajo cambiar. O al menos eso creemos. La parte perversa procede de los oportunistas que ven un mundo de posibilidades en la manipulación de los demás a cuenta de esas mismas tendencias. Entre todos la mataron y ella sola se murió.

Una posible manera de revertir esto podría ser darle la vuelta a la ecuación y conseguir una identidad personal mucho más fuerte que la identidad social, que sostenga al individuo cuando el entorno no es propicio. Pero veo bastante difícil que esto suceda. Los niños pequeños no están preparados para resistirse al adoctrinamiento, nadie se ha preparado nunca para saber cómo criar hijos independientes y autónomos, porque nunca nos hemos dedicado a investigar cómo hacerlo. Se trata de un trabajo al que se va a oponer toda la inercia de siglos que lleva la sociedad. Ni siquiera es algo consciente, simplemente el mundo funciona así. La mayoría de las personas que te perjudican ni siquiera saben que existes, ni les interesa. Lo mismo sucede con aquellos a los que tú perjudicas.

Creo que se trata de un problema personal, que debe abordarse desde un enfoque subjetivo. Nos empeñamos en intentar actuar sobre la sociedad, cuando realmente no tenemos la capacidad para hacerlo. La sociedad es un leviatán que no está realmente bajo nuestro control. No somos nosotros los que la llevamos a ella, sino ella la que nos arrastra a todos. Trata de librarte de las cadenas que bloquean tu mente con dogmas y creencias que otros han puesto allí, revisa todas tus creencias con espíritu crítico. Pero no olvides rellenar esos huecos con tu propia visión del mundo, o te quedarás débil e indefenso. Si uno no puede llegar por si mismo a desarrollar valores y principios socialmente positivos, ya me dirás quién le enseñó los valores a quien te los quiere enseñar a ti.

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